La verdadera riqueza

 

 

La sensibilidad del poeta encuentra belleza donde las personas comunes ven simplemente hechos. En el versículo de hoy el salmista ve a Dios como un jardinero amoroso y preocupado con su jardín. “Visitas la tierra y la riegas...”, dice el poeta.
 
Si tú recuerdas que la mayor parte de las tierras bíblicas eran desiertas, entenderás todavía más el cuidado maravilloso del Creador con su creación.
Dios no hizo los desiertos. Creó vida, vegetación, animales, un mundo dinámico que explotaba en una fiesta de colores y música. Fue la entrada del pecado lo que trajo la muerte, los desiertos y las sequías.
 
En el versículo de hoy, David retrata a Dios enriqueciendo la tierra copiosamente. Así es con Dios. A él le gusta la abundancia, “preparas el grano para ellos”, para que el pueblo tenga el alimento en el momento que lo necesita.
Para cumplir sus propósitos, Dios usa la lluvia. El poeta habla del río de Dios, lleno de aguas. Los ríos de las tierras bíblicas no son enormes, corno el  
 
Amazonas o el Nilo. El río Jordán es como un arroyo. Pero es un arroyo constante. No cesa de irrigar la tierra y traer vida.
 
Una vida sin Cristo es como un desierto. El otro día conversé con una persona que me dijo: “Mi vida es un desierto. No tengo trabajo, ni amigos, ni familia y ahora ni salud”.
 
Este hombre me hablaba del dolor que sentía al ver a los amigos de la juventud prósperos y felices. “En qué me equivoqué? ¿Qué hice mal?”, preguntaba ansiosamente.
 
Cuando le hablé de Jesús, mostró indiferencia. Nunca le prestó atención a las cosas espirituales. Para él “ser honesto y respetar a las personas” era la mejor religión, y eso era suficiente, decía.